Os presentamos a nuestro nuevo Caballero del Traverso, FERDINANDO EXPÓSITO. Desde ahora será el defensor de todas las injusticias que ocurran en el mundo de la flauta, tanto en España como en la Galia septentrional. Ferdinando Expósito nació alrededor del año 1147, en plena Edad Media, en la mágica era de las princesas y príncipes encantados, Reyes y sus caballeros andantes, brujas y hechiceros, guerras contra el mal y hechos de heroísmo extremo.
Ferdinando es sinónimo de lealtad, valor, honradez y bondad, haciendo el bien, luchando por su Dios, Rey y rescatando hermosas doncellas.
FERDINANDO EXPÓSITO VELASCO posee medio de transporte propio con el que llegar a todas partes.
No soporta las injusticias flautísticas que se cometen en el reyno de Hispania y recorre la península a lomos de su yegua «Orelia», al igual que la montura del rey D. Rodrigo. Ferdinando es uno de esos caballeros andantes genuinos, entrelazado con la familia de los Velasco, de donde coge su segundo apellido al casarse con la hija del conde Maximiliano Mendizábal Velasco. El origen de los Velascos procede de un caballero godo que arribó a España y se estableció en Carasa haciendo allí su palacio, y recibiendo el nombre de Velasco porque guiaba la vela de la embarcación en su venida por mar. Ferdinando tiene por objeto expandir su apellido en nuevos troncos, estirpes y linajes. Sus servicios al Rey Guillermo I de Muramaccio le proporciona los dividendos necesarios para ser un poderoso Señor que gobierna en la región de Powellcity, creando un verdadero imperio en su estado feudal, con plenos poderes sobre sus vasallos.
Ferdinando ya se ha paseado por la mayoría de los Conservatorios de Hispania y de la Galia vecina. No duda en repartir estopa a diestro y siniestro contra todo aquel que se atreve a profanar los principios de una técnica depurada. Los tiempos, en la vida de Ferdinando, son harto turbulentos. Nace con el único fin de guerrear soplando su histriónica flauta y lacerando los oídos de cuantos osan cruzarse en su camino. Defiende a su Rey, Muramaccio, pero no duda en alcanzar lo suyo, y para ello es capaz de servir a las órdenes de otros más poderosos con el fin de lograr la gracia necesaria que permita elevar su condición social.
Ferdinando no descuida sus tareas como flautista. Todos los días, al despuntar el alba y antes de embutirse en su armadura para repartir justicia por la península ibérica y la Galia vecina, repasa (un Caballero no estudia, repasa) sus 478 ejercicios de Mauser, sus escaleras y arpones de Taffanoir y los estudios de sonorité de Bernoldo.
Ferdinando es un Caballero muy activo. Aparte de cabalgar por toda Hispania y parte del extranjero europeo repartiendo «estopa» de la buena, flautazos y yelmazos a mansalva a otros tantos flautistas de pacotilla que no ejercen bien su profesión, dedica su tiempo a cultivar una de las encomiendas que mejor se le dan, cortejar a su dama Elisenda. Es uno de los fieles exponentes y practicantes del amor cortés, donde sirve incondicionalmente a su amada y la idealiza sobremanera. En el denominado «amor cortés» el amante se comporta con la amada en forma muy semejante a como debe hacerlo el vasallo con su señor. Durante muchos siglos la idea y práctica del amor habían estado regidas por la libido, y su código era el Ars amandi, de Ovidio.
El amor era un impulso de carácter sensual y perfectivo que aspiraba al goce material y al logro definitivo y absoluto. Pero la vida cortesana de los castillos occitánicos en el siglo XII adoptó una nueva y extraña inteligencia erótica en la que predomina la idea de servicio permanente y desinteresado. Él es llamado amor cortés. El amante no se propondrá un objetivo o una meta, como es cobrar la pieza de caza y satisfacer en ella un afán de victoria, sino que se mantendrá en un estado de amor que no aspira a ninguna recompensa o galardón. Es un imperfectivo amar por amar que se mantiene permanentemente, a través de múltiples matizaciones como servidor humilde y fiel en homenaje sin esperanza a la mujer amada. Lo característico del amor cortés, en contraste con el amor ovidiano, es la sumisión del amante ante la soberanía de la dama, la señora, de la que nada espera y a la que dedicará toda su vida en actitud de delicuescente melancolía. De ella va a provenir el tono doliente y gemebundo del poeta amante que llora no su desventura ante un fracaso, que sería una solución, sino el paradójico dulce mal de amor con las agravantes de consentimiento y perduración. No hay un grito de pasión triunfal o de rabia ante la derrota, ni una solución definitiva en el juego del amor; no hay pugna mutua de contrarios en la que se vence o se es vencido. La batalla se libra de continuo sin resultado en el interior mismo del poeta-amante que padece y se deleita a la vez en ese estado de amor sin ulteriores consecuencias. Escalas, arpegios, trinos, frullatos, sonidos afilados hasta el límite, reparto de mandobles a domicilio si la situación así lo requiere hace que Ferdinando sea uno de los Caballeros del Traverso más atareados del lugar, pero eso no quita para que cumpla con Elisenda como todo Caballero ha de hacer. Si bien el leer y escribir era sinónimo de alcurnia, para Ferdinando no era lo más importante, para eso estaban los escribanos, ellos se encargarían de anotar lo necesario. Lo importante, lo fundamental, estaba en la ciencia de la guerra, el manejar las armas, la espada, el escudo, la flauta o la ballesta, dominar el caballo, definitivamente su mejor amigo, sostener el choque con el adversario y salir avante en la lid. Las victorias a nombre de «su Señor» Muramaccio, podría implicar recibir aquella merced que tanto requiere para formar su linaje, obtener su escudo de armas y en últimas, dinero y poder.
Todos los dibujos son de Francisco Amores Rebollo. Nuestro más sincero agradecimiento.